El Seminario faro de esperanza…
En la Iglesia vivimos el inicio del año litúrgico, estamos de lleno en el adviento, un período que posee la triple dimensión de pasado, futuro y presente. En cuanto pasado recordamos la expectación de Israel antes del nacimiento de Cristo, en cuanto futuro vivimos la espera de aquel que ha de volver, y en cuanto presente, nos alegramos con la presencia de quien permanece con nosotros y nos invita a ser constructores de un Reino de justicia y de paz. El Seminario vive este tiempo alegrándose por el cumplimiento de lo anunciado por los profetas, a la espera de lo prometido por Cristo, y en un empeño permanente a favor de la construcción del Reino bajo el impulso de la gracia.
El compromiso con el presente, nos conduce a ser artífices de la historia, del Reino, de la civilización del amor, de un mundo donde impere la verdad, la caridad, la justicia y la paz. Ciertamente, la obra es de Dios, nos toca colaborar, para ello buscamos actuar como si todo dependiera de nosotros y esperar como si todo dependiera de Dios.
En la comunidad del Seminario, con frecuencia nos sentimos rebasados ante los desafíos que vive hoy la Iglesia y la sociedad, compartimos los gozos y las esperanzas de nuestra diócesis en medio de las circunstancias tan contrastantes en que vivimos. Como institución se ha salido adelante en medio de escenarios diversos, en 71 años el Seminario no ha claudicado porque Dios está con nosotros. Una de las características de nuestra comunidad es enfrentar las dificultades con temor, temblor y esperanza.
En nuestra casa es común encontrar actitudes de benevolencia, de disponibilidad, de un honesto sentido de veracidad y de justicia; al mismo tiempo, pueden reconocerse signos del ambiente del que procedemos: nuestra personalidad refleja el talante espiritual y moral predominante. Constatamos que en la actualidad fallan los apoyos sociales que nos relatan brindaba antes generosamente un ambiente predominantemente católico. Las familias de las que procedemos tampoco tienen el perfil que se tuvo hace dos o tres décadas. Ante este panorama, tenemos presente que la superación del ambiente es posible sólo cuando se cuenta con suficiente solidez en las estructuras de la personalidad.
La credibilidad del seminarista hoy, y en consecuencia del sacerdote de mañana, no busca pertrecharse en las vestiduras de la torpeza, la ignorancia, la superficialidad o la incongruencia: vivimos en una sociedad que ‘mide’ a los sacerdotes con sus criterios. Para sacerdotes y seminaristas, este ‘ser medidos’, desde una óptica de fe se convierte en un estímulo para no incurrir en la mediocridad, aceptamos que nuestra vocación es de alta exigencia (Cf. Mt 25, 14-30). El Seminario se levanta en nuestra Iglesia de Tijuana como faro de esperanza para la sociedad, pero sólo podemos ser signo de esperanza afrontando este cambio de época con alegría y serenidad, en comunión y obediencia a Cristo en la Iglesia.
Con frecuencia se habla de inseguridad e inconstancia en los compromisos de los jóvenes de hoy, muchos experimentan el fracaso en sus opciones tanto en la vida matrimonial, religiosa o sacerdotal. Aún en compromisos a mediano plazo se refleja la inconstancia, pensemos que en nuestro estado el 40% del los jóvenes que ingresan al bachillerato no concluyen sus estudios. Pero, precisamente porque vivimos un tiempo de cambio, caracterizado entre otras cosas por la inestabilidad en decisiones a corto, mediano y largo plazo, la opción por el sacerdocio –para toda la vida y aún más allá de la muerte– se constituye en un signo extraordinario de esperanza.
La inseguridad y la inconstancia juvenil se generan por múltiples factores –no siempre controlables por los individuos– en consecuencia, se cuenta siempre con una porcentaje de deserciones, nuestro Seminario no es la excepción. Con honestidad debe hacerse cuentas con la falta de modelos morales que entusiasmen, o en el mejor de los casos, aceptar realistamente que los modelos a disposición se encuentran frecuentemente lejos de los intereses y ocupaciones de los jóvenes, de manera que difícilmente inciden en sus motivaciones. En el itinerario de cada seminarista, y aún en la vida sacerdotal, puede presentarse la posibilidad de desistir en nuestro camino, sin embargo, con frecuencia aprehendemos que es justamente esa tentación un momento privilegiado para crecer y madurar.
En este cambio epocal se constata que los adultos de hoy, incluidos los sacerdotes, no tuvieron una juventud como la que se vive en nuestros días, en consecuencia, los adultos de mañana no serán como los de hoy. Querer educar a los jóvenes hoy exactamente como se educó a los de ayer hace irrelevantes los procesos formativos, esto puede además conducirnos a nostalgias y reclamos infructuosos, y particularmente, presenta el riesgo de perder de vista la perene novedad de Cristo, que es el mismo ayer, hoy y siempre. Vale la pena recordar lo que en los albores del cristianismo nos dice Máximo el Confesor: "Jesucristo es el mismo hoy que ayer, y para siempre, es decir, se trata de un misterio siempre nuevo, que ninguna comprensión humana puede hacer que envejezca". Es también cierto que en todo itinerario personal y comunitario nunca se parte de cero.
A los jóvenes y adultos de ayer, de hoy y de mañana, Dios nos sigue interpelando para llevarnos a la plenitud y constituirnos en instrumentos de salvación, Cristo sale a nuestro encuentro en las circunstancias y vaivenes de todos los tiempos, tiene una tono suave para los de oído sensible, una voz normal para los de audición sana, y un grito para aquellos de oídos sordos. Él viene continuamente a nosotros y hace escuchar su voz.
Para responder a la voz que nos llama es necesaria una fe firme, un realista conocimiento y valoración de las circunstancias, y una gran dosis de esperanza y caridad. Tenemos que aprender continuamente a confiar en la voz que nos llama. Somos conscientes que sólo personalidades maduras moral y religiosamente son capaces de vivir una lealtad crítica, auténticamente eclesial y evangélica. Hay que vivir un servicio sacerdotal dirigido a las personas concretas y a las necesidades actuales. Necesitamos generar proyectos constructivos, alternativas que hagan ver el sentido novedoso –siempre por descubrir– de la vida cristiana y del ministerio sacerdotal.
El adviento es tiempo de alegría y esperanza. La alegría es un distintivo permanente de la comunidad del Seminario, nos descubrimos llamados a ser testigos de la alegría en medio de los gozos y dificultades del presente.
Nos llama gratamente la atención que cuando los jóvenes manifiestan su deseo de ingresar a nuestra casa, frecuentemente encontramos entre sus motivaciones la alegría y la fraternidad que encuentran entre nosotros. Esta alegría es un signo de esperanza que deseamos compartir con todos ustedes especialmente en este tiempo de adviento. Creemos que nuestra vocación es fascinante porque es presencia de Cristo, es un don inmerecido, es signo de esperanza para la iglesia y el mundo.
A nuestros hermanos sacerdotes, religiosos, religiosas, laicos, amigos y familiares, les agradecemos su ayuda durante el años que está por concluir, y les deseamos un santo adviento, una feliz navidad y un 2012 lleno de bendiciones.